Hace unos años se difundió una encuesta a mujeres en Canadá con una pregunta tan simple como inquietante: “Si estuvieras sola en un bosque, ¿preferirías encontrarte con un oso o con un hombre desconocido?”. La mayoría respondió que preferiría al oso. La razón es obvia: el miedo cotidiano de muchas mujeres no está en los animales salvajes, sino en la violencia masculina.
Si trasladamos este razonamiento a otro escenario, la imagen que acompaña este texto lo ilustra con claridad. En un callejón oscuro, ¿con quién preferiríamos cruzarnos? La respuesta parece lógica: con la joven musulmana antes que con el hombre rapado.
Y, sin embargo, nos quieren hacer creer que el peligro para nuestra sociedad lo representa el inmigrante o el musulmán o el diferente, el “otro” y no el violento que a lo mejor presume de ser "muy español" o "català de debò".
El discurso político y mediático dominante insiste en un relato de alarma constante en el que el “otro” siempre encarna el peligro, aunque los datos y la experiencia cotidiana contradigan esa visión.
Lo que dicen los datos
• España es un país seguro. La tasa de criminalidad en 2025 se situó en 40,6 delitos por cada 1.000 habitantes, el nivel más bajo desde que se recogen estos datos. España registra además una de las tasas de homicidio más reducidas de Europa: apenas 0,69 por cada 100.000 habitantes, frente a una media mundial de más de 6.
• Más inmigración no significa más delincuencia. La población extranjera residente se ha duplicado desde 2005, pero la criminalidad global ha descendido. Incluso excluyendo ciberdelitos, la criminalidad “convencional” ha bajado más de un 16 % desde 2010.
• La categoría “extranjero” no equivale a “inmigrante”. En las estadísticas de detenidos e investigados aparecen incluidos:
◦ Turistas (España recibe cerca de 100 millones de visitantes al año, y no pocos figuran en detenciones por incidentes o delitos durante su estancia).
◦ Delincuentes transnacionales que actúan en España como parte de redes de tráfico o crimen organizado, pero que no residen aquí.
Por tanto, inflar los números de “delincuencia extranjera” para vincularlos a la inmigración es, en el mejor de los casos, un error de interpretación; y en el peor, una manipulación deliberada.
• La marginalidad pesa. Muchos de los delitos en los que más intervienen las fuerzas de seguridad (pequeños robos, hurtos, venta ambulante ilegal, tráfico menor de estupefacientes) tienen mucho que ver con condiciones de vida precarias y con fenómenos de exclusión social. No son delitos “importados” por la inmigración, sino asociados a la vulnerabilidad y a la falta de oportunidades.
• Los inmigrantes, víctimas antes que verdugos. La evidencia también muestra que quienes llegan en situación irregular o precaria sufren de manera desproporcionada explotación laboral, trata de personas y delitos de odio. Solo en 2024 la policía española liberó a 1.794 víctimas de redes de trata, la casi totalidad de ellas migrantes.
Una narrativa interesada
Si confrontamos estos datos con el discurso público, la paradoja es evidente: lo que más tememos en nuestra vida cotidiana (corrupción, violencia machista, abusos de poder, precariedad laboral, pobreza) no encaja con el relato que se difunde sobre “el peligro inmigrante”. La realidad no respalda el alarmismo: España es uno de los países más seguros del mundo, y sus datos de criminalidad se han mantenido bajos incluso con un aumento significativo de población extranjera.
No se trata de ocultar los problemas ni de negarlos, pero sí de saber contextualizarlos y gestionarlos.
El “otro”, al que se señala, rara vez es quien más daño nos causa. Lo que se oculta tras este alarmismo es la construcción de un chivo expiatorio. Y esa construcción mediática y política que difunde la derecha y la ultraderecha no solo es injusta, también es peligrosa, porque distrae de los verdaderos problemas de violencia, exclusión y desigualdad que sí atraviesan nuestra sociedad.
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