26 agosto 2025

De la guerra preventiva al orden público preventivo: ensayo de un Estado totalitario

En las democracias modernas, el poder militar fue destinado a los espacios de seguridad nacional y catástrofes humanitarias; la administración civil del orden público, la seguridad ciudadana y la protección de derechos quedaron reservadas para cuerpos policiales, legítimos depositarios del monopolio de la fuerza. Sin embargo, el reciente giro de Donald Trump —desde ordenar al Pentágono que prepare a la Guardia Nacional para “sofocar disturbios civiles” hasta desplegar tropas federales en ciudades “enemigas”— cristaliza una nueva fase: el orden público preventivo, es decir, el uso anticipado –cuando no la mera exhibición– de la fuerza militar para inhibir la protesta y el conflicto, erosionando así los pilares mismos de la democracia.

Este viraje se ha materializado en tres escenarios especialmente significativos: Los Ángeles, Washington D.C. y, potencialmente, Chicago y San Francisco. En todos ellos, la constante es la misma: la injerencia federal sobre autoridades locales demócratas y la militarización de la vida civil como forma de gobierno.

Ahora bien, este fenómeno no puede comprenderse únicamente como una decisión coyuntural o un exceso personalista. Responde a una lógica más profunda que ya ha sido descrita por varios autores críticos:

- La excepción securitaria como regla

Giorgio Agamben explicó que el “estado de excepción” tiende a normalizarse hasta convertirse en un modo de gobierno. Trump no declara formalmente un estado de emergencia, pero su doctrina del orden público preventivo funciona como una excepción securitaria permanente: suspende de facto garantías constitucionales (como el derecho a la protesta o la autonomía de los estados) en nombre de una amenaza siempre difusa —inmigración, crimen, disturbios posibles. Lo que se presenta como extraordinario se institucionaliza en la práctica, ampliando el poder punitivo del ejecutivo.

- La gobernanza del miedo como estrategia

La política de Trump puede leerse como un ejemplo paradigmático de “gobernanza del miedo”. Heinz Bude mostró cómo el miedo moldea las relaciones sociales y la identidad contemporánea: ciudadanos que internalizan la amenaza viven bajo una constante sensación de vulnerabilidad. Esa es precisamente la base sobre la que se erige el discurso trumpista: instalar la idea de que la sociedad estadounidense está siempre “al borde del caos”.

Zygmunt Bauman, en Miedo líquido, describía una ansiedad difusa ante amenazas que nunca terminan de concretarse. La retórica del “enemigo interior” (migrantes, agitadores, radicales) funciona en esa misma lógica: no importa si el disturbio ocurre o no, lo relevante es que se perciba como inminente. El miedo no se calma, se recicla continuamente en nuevas figuras de peligro.

Autores como Loïc Wacquant o David Garland han relacionado este fenómeno con el populismo penal y la expansión del control: la inseguridad se convierte en excusa para reforzar un aparato punitivo que no resuelve los problemas estructurales, pero sí consolida la centralidad autoritaria del Estado. En este sentido, la doctrina del orden público preventivo no busca tanto gestionar riesgos reales como producir miedo útil, un miedo que discipline, divida y debilite la capacidad de protesta democrática.

¿Qué pretende Trump en realidad? Más que garantizar seguridad efectiva, parece construir un clima de alarma permanente que legitime la concentración de poder y la represión anticipada de la disidencia. De este modo, se dibuja un círculo perverso: el miedo genera medidas excepcionales; las medidas excepcionales alimentan más miedo; y, en ese terreno, florece un Estado con rasgos crecientemente totalitarios.

Qué pretende Trump y qué pretenden todos los dirigentes occidentales de esta ultraderecha iliberal y retrógrada.

Lo que está en juego no es solo la gestión democrática en Washington o Los Ángeles, ni siquiera en el conjunto de los Estados Unidos, sino la supervivencia misma de la democracia como forma de vida política.

23 agosto 2025

La autodestrucción en streaming: espectáculo, deshumanización y delito

 

La reciente muerte en directo del streamer francés Raphaël Graven, conocido en las redes como Jean Pormanove, es síntoma de lo enferma que está nuestra sociedad. Su “suicidio” retransmitido en directo por streaming recuerda de manera inquietante a una escena profética del clásico Network. Un mundo implacable (1976). En aquella película, el presentador Howard Beale (interpretado por Peter Finch), incapaz de sostener el interés de la audiencia, decide quitarse la vida en directo, sellando así la paradoja de una televisión que convierte la desesperación en espectáculo. Medio siglo después, la ficción se ha convertido en realidad.

Lo que hemos visto no es un simple acto individual, aislado y voluntario. Es un fenómeno social que interpela tanto a las personas como a las plataformas. Y, contrariamente a lo que algunos defienden, no puede despacharse con el argumento de que “si la víctima consiente, no hay delito”. El Código Penal español es claro: el suicidio y la autolesión no son punibles, pero la inducción, cooperación o promoción de estas conductas sí lo son.

Los artículos 143, 143 bis y 156 ter castigan la inducción al suicidio o la autolesión, así como la difusión de contenidos que inciten a ello en menores o personas vulnerables. El consentimiento no borra la responsabilidad de quien alienta, explota o se beneficia del espectáculo del dolor ajeno. Y cuando una plataforma multiplica esa exposición, favoreciendo la viralidad, se convierte en cómplice indirecto de la degradación.

Aquí no estamos ante una simple cuestión penal, sino frente a una radiografía incómoda de nuestra cultura digital. Una cultura en la que los algoritmos premian con visibilidad el sufrimiento, donde miles de espectadores no solo miran, sino que interactúan, jalean o monetizan. En ese engranaje, la autodestrucción deja de ser un drama humano para transformarse en un producto de consumo masivo.

La pregunta es tan sencilla como inquietante: ¿qué nos dice de nosotros mismos que la muerte o la humillación en directo se conviertan en trending topic? ¿Cuándo dejamos de reaccionar con compasión para hacerlo con morbo?

Necesitamos un cambio urgente. El derecho ya ofrece instrumentos para sancionar la inducción y proteger a las víctimas, pero no basta. Urge reforzar los mecanismos de prevención, control y prohibición de este tipo de emisiones. Urge que las plataformas asuman la responsabilidad de frenar la difusión de contenidos que deshumanizan. Y urge, sobre todo, una reflexión colectiva sobre lo que significa vivir en una sociedad donde la desesperación de alguien se convierte en entretenimiento para todos.

Si Network era una advertencia, lo de hoy es una constatación: hemos cruzado el umbral. Y si no somos capaces de poner límites, lo que se degrada no es solo la víctima que se deja humillar o lesionar o que, como en este caso, muere en directo. Lo que se degrada, irremediablemente, es nuestra humanidad.

13 agosto 2025

AlcohoFest. Alcohol y fiestas: tradición o problema de salud pública

 

En muchas celebraciones españolas, el consumo excesivo de alcohol se ha convertido en un elemento casi inseparable de la “fiesta”. Sin embargo, las consecuencias para la salud y la convivencia distan mucho de ser anecdóticas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que el alcohol, incluso en cantidades moderadas, aumenta el riesgo de cáncer y está vinculado a enfermedades, lesiones, violencia y accidentes de tráfico. Aun así, la conciencia pública sobre estos riesgos sigue siendo baja y el conocido mensaje de “se recomienda un consumo moderado de alcohol” parece que no va con una parte de la población.

En este contexto, resulta significativa la reciente decisión delAyuntamiento de Barcelona de prohibir las llamadas “rutas de borrachera” en toda la ciudad y durante las 24 horas del día. Hasta ahora, estas actividades —recorridos por bares y pubs para beber chupitos a precios reducidos— estaban restringidas de forma parcial en Ciutat Vella desde 2012 y en el Eixample desde 2023. El nuevo decreto, vigente durante cuatro años, busca proteger la convivencia ciudadana, el descanso vecinal y la salud pública.

Aplaudo la medida y el esfuerzo de todas las administraciones que combaten el llamado “turismo de borrachera”. Sin embargo, el problema no se limita al turismo: tampoco hay consumo abusivo “bueno” y consumo abusivo “malo”. Ampararse en la “tradición” o la “cultura popular” para justificar excesos contradice el sentido común y la coherencia de las políticas públicas. Lo hemos visto en otras costumbres ligadas a festejos que, con el tiempo, se han cuestionado por su componente machista, su maltrato animal o su carácter degradante. Pero no se ha cuestionado el consumo de alcohol.

Como señalaba Antonio Muñoz Molina en un artículo - creo que de principios de los noventa -, muchas fiestas “tradicionales” esconden coartadas para prácticas que poco tienen que ver con el espíritu cívico, la celebración sana o la cultura popular. Y aunque hoy no lancemos cabras desde campanarios ni arranquemos cabezas de gansos, abundan las ocasiones para beber en exceso en nombre de la fiesta.

Basta buscar “correbares” o “correbars” en internet para comprobar que en muchas localidades, especialmente en Cataluña, se organizan dentro de las fiestas populares. ¿Por qué aceptamos que algo tan nocivo forme parte estructural de nuestras celebraciones?

Si de verdad queremos una sociedad más saludable y respetuosa, no basta con regular el consumo de alcohol en entornos turísticos. Es necesario replantearnos, sin excusas, el lugar que ocupa la embriaguez en nuestras fiestas y tradiciones. La pregunta no es si se puede beber o cuánto se puede beber; la verdadera cuestión es: ¿por qué seguimos celebrando bebiendo hasta perder el control?

¿Cuántas personas perderán la vida porque alguien se ha puesto a los mandos de un vehículo a motor después de festejar con alcohol en alguna verbena veraniega? ¿Debe recaer toda la responsabilidad en la lucha contra esta lacra en las policías de tráfico?

Sé que soy un aguafiestas. Pero alguien lo tenía que decir.


09 agosto 2025

Cambia la ley: un seguro obligatorio para cada patinete eléctrico

Giro decisivo en la normativa sobre responsabilidad civil y seguros: el Congreso aprueba que, por primera vez en España, sea obligatorio asegurar patinetes eléctricos y otros vehículos personales ligeros. El objetivo es lograr una mayor protección de las víctimas de accidentes y adapta el concepto de “vehículo a motor” que, según la directiva europea, ya establecía la necesidad de una cobertura obligatoria para estos vehículos.

A partir de ahora, también las bicicletas eléctricas de alta velocidad, ciclomotores de categoría L1e-B y los patinetes eléctricos deberán tener un seguro obligatorio. Además, la norma exige que estos vehículos cuenten con un registro público o matrícula, cuya implementación deberá estar operativa antes del 2 de enero de 2026.

De esta forma, los usuarios tienen un plazo de seis meses (hasta el 28 de enero de 2026) para contratar la póliza. Si no lo hacen, las sanciones serán de entre 200,33 euros a 1.001,66 euros. Pero este cambio en la normativa supone, sin duda, una buena noticia para la movilidad. Porque el Gobierno defiende que los vehículos de movilidad personal son una herramienta clave para la movilidad sostenible. Ahora, una mayor regulación, favorecerá la convivencia y la seguridad vial.

Y es que se estima que en España hay más de 5 millones de patinetes eléctricos en circulación: no emiten CO₂, reducen la congestión y permiten cubrir el “primer y último kilómetro”, ese tramo que muchos usuarios hacen hoy en vehículo privado. Es un gran avance en movilidad sostenible que ahora se complementa con una buena noticia para la seguridad de todos los ciudadanos.

El cambio en la norma, impulsado por el Grupo Socialista, es un clamor para la ciudadanía y los expertos. De hecho, organismos y asociaciones ya habían reclamado desde hace años la adopción de estas medidas, entre ellos, la Asociación Nacional de Abogados de Víctimas de Accidentes. Según la Fundación Mapfre, los patinetes eléctricos, que alcanzan hasta 25 km/h, están implicados cada año en casi 400 accidentes en España, con 14 víctimas mortales y 240 heridos (102 graves) solo en 2024.

Contenido del artículo
Juan Carlos Jerez Antequera, vicepresidente primero de la Comisión de Seguridad Vial.

Esta reforma busca armonizar la seguridad vial con el impulso a la micromovilidad. A juicio de defensores de la norma, facilitar un medio de transporte limpio no debe dejar desprotegidos a peatones ni otros usuarios de la vía. Aunque se alcen voces críticas que consideran que estas medidas podrían desanimar a muchos potenciales usuarios, lo cierto es que este giro normativo refuerza la convivencia segura en ciudades sostenibles que buscan reducir el uso del coche privado, pero apostando por que en las calles no aumenten los riesgos viales.

Artículo publicado el 7 de agosto de 2025 en el perfil de Linkedin del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados.