12 septiembre 2025

Los incendios forestales no se apagan solo con bomberos. Por un Pacto de Estado frente a la emergencia climática

El verano de 2025 ha vuelto a teñirse de humo y ceniza en España. Comunidades como Castilla y León, Galicia, Extremadura, Asturias, Madrid o Andalucía han sufrido el azote de unos incendios forestales que se repiten, cada año, con una intensidad cada vez mayor. Y, sin embargo, seguimos empeñados en tratar el problema como si fuera únicamente un episodio estacional, una calamidad aplacable a golpe de hidroavión y brigadista exhausto. Pero los incendios forestales no se apagan solo con bomberos.

Las reivindicaciones de los profesionales del sector —justas, necesarias, urgentes— ponen sobre la mesa problemas reales: plantillas precarias, contratos temporales reducidos a la campaña de verano, externalización de servicios en favor de empresas privadas, salarios en ocasiones indignos y medios insuficientes. Pero centrar el debate exclusivamente en este punto sería, paradójicamente, impedir que los árboles nos dejen ver el bosque.

Porque lo que arde cada verano no son solo hectáreas de árboles o de matorrales. Lo que arde es un modelo de país que ha dado la espalda al medio rural y a sus gentes. Lo que se quema es el abandono de los pueblos, de la agricultura, de la ganadería extensiva, de la silvicultura, de todas esas actividades que durante siglos hicieron de cortafuegos natural, que mantuvieron vivo un paisaje en mosaico y que hoy languidecen sin oportunidades, sin servicios, sin relevo generacional.

Los incendios forestales son también un síntoma del cambio climático, que multiplica olas de calor, sequías prolongadas y tormentas secas. Y aquí el negacionismo ideológico de la derecha y la ultraderecha juega un papel tan nocivo como la chispa que enciende un bosque reseco: cuando se niega la crisis climática, cuando se recorta en prevención, cuando se privatizan servicios esenciales, lo que se hace en realidad es alimentar el fuego.

Necesitamos un cambio profundo en la manera de gestionar nuestros montes. No basta con más brigadas ni con más helicópteros, aunque sean imprescindibles. Hace falta una estrategia integral, estructural, a largo plazo, que combine:

  • Prevención científica y tecnificada, con planificación rigurosa del territorio, recuperación de cortafuegos naturales y mantenimiento sistemático del monte.

  • Inversión pública estable, que garantice plantillas suficientes, empleo digno y continuidad en la gestión más allá de los meses de verano.

  • Reactivación del medio rural, con políticas que devuelvan la vida a los pueblos, apoyo a la agricultura, ganadería y silvicultura sostenible, servicios básicos de calidad y reconocimiento social a quienes cuidan la tierra.

  • Coordinación y transparencia institucional, que permita que la lucha contra incendios se devuelva al terreno de la responsabilidad pública.

  • Cultura de la prevención y organización de la protección civil, para que en la lucha contra los efectos del cambio climático también se tenga en cuenta el necesario papel de la ciudadanía en su propia protección.

En un artículo que escribí hace más de una década, “Siempre nos quedará Soria”, defendía la necesidad de una gestión comunal y comunitaria de los bosques. Hoy, aquella idea se revela más urgente que nunca. Porque no se trata solo de apagar incendios: se trata de reconstruir un pacto social y ambiental que nos permita heredar paisajes, biodiversidad, cultura y vida rural.

Si seguimos reduciendo el problema a un asunto de medios de extinción, los incendios forestales seguirán siendo cada año más grandes, más voraces, más letales. Si, en cambio, apostamos por el bosque entero —y no solo por los árboles— quizá aún estemos a tiempo de dejar a las generaciones futuras algo más que cenizas.

Por todo lo dicho hasta ahora es tan necesario el Pacto de Estado Frente a la Emergencia Climática que ofrece el Gobierno progresista al conjunto de los grupos políticos y administraciones territoriales.


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