En muchas celebraciones españolas, el consumo excesivo de alcohol se ha convertido en un elemento casi inseparable de la “fiesta”. Sin embargo, las consecuencias para la salud y la convivencia distan mucho de ser anecdóticas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que el alcohol, incluso en cantidades moderadas, aumenta el riesgo de cáncer y está vinculado a enfermedades, lesiones, violencia y accidentes de tráfico. Aun así, la conciencia pública sobre estos riesgos sigue siendo baja y el conocido mensaje de “se recomienda un consumo moderado de alcohol” parece que no va con una parte de la población.
En este contexto, resulta significativa la reciente decisión delAyuntamiento de Barcelona de prohibir las llamadas “rutas de borrachera” en toda la ciudad y durante las 24 horas del día. Hasta ahora, estas actividades —recorridos por bares y pubs para beber chupitos a precios reducidos— estaban restringidas de forma parcial en Ciutat Vella desde 2012 y en el Eixample desde 2023. El nuevo decreto, vigente durante cuatro años, busca proteger la convivencia ciudadana, el descanso vecinal y la salud pública.
Aplaudo la medida y el esfuerzo de todas las administraciones que combaten el llamado “turismo de borrachera”. Sin embargo, el problema no se limita al turismo: tampoco hay consumo abusivo “bueno” y consumo abusivo “malo”. Ampararse en la “tradición” o la “cultura popular” para justificar excesos contradice el sentido común y la coherencia de las políticas públicas. Lo hemos visto en otras costumbres ligadas a festejos que, con el tiempo, se han cuestionado por su componente machista, su maltrato animal o su carácter degradante. Pero no se ha cuestionado el consumo de alcohol.
Como señalaba Antonio Muñoz Molina en un artículo - creo que de principios de los noventa -, muchas fiestas “tradicionales” esconden coartadas para prácticas que poco tienen que ver con el espíritu cívico, la celebración sana o la cultura popular. Y aunque hoy no lancemos cabras desde campanarios ni arranquemos cabezas de gansos, abundan las ocasiones para beber en exceso en nombre de la fiesta.
Basta buscar “correbares” o “correbars” en internet para comprobar que en muchas localidades, especialmente en Cataluña, se organizan dentro de las fiestas populares. ¿Por qué aceptamos que algo tan nocivo forme parte estructural de nuestras celebraciones?
Si de verdad queremos una sociedad más saludable y respetuosa, no basta con regular el consumo de alcohol en entornos turísticos. Es necesario replantearnos, sin excusas, el lugar que ocupa la embriaguez en nuestras fiestas y tradiciones. La pregunta no es si se puede beber o cuánto se puede beber; la verdadera cuestión es: ¿por qué seguimos celebrando bebiendo hasta perder el control?
¿Cuántas personas perderán la vida porque alguien se ha puesto a los mandos de un vehículo a motor después de festejar con alcohol en alguna verbena veraniega? ¿Debe recaer toda la responsabilidad en la lucha contra esta lacra en las policías de tráfico?
Sé que soy un aguafiestas. Pero alguien lo tenía que decir.
1 comentario:
Y el poder economico del lobby del alcohol en una sociedad permisiva
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