La reciente muerte en directo del streamer francés Raphaël Graven, conocido en las redes como Jean Pormanove, es síntoma de lo enferma que está nuestra sociedad. Su “suicidio” retransmitido en directo por streaming recuerda de manera inquietante a una escena profética del clásico Network. Un mundo implacable (1976). En aquella película, el presentador Howard Beale (interpretado por Peter Finch), incapaz de sostener el interés de la audiencia, decide quitarse la vida en directo, sellando así la paradoja de una televisión que convierte la desesperación en espectáculo. Medio siglo después, la ficción se ha convertido en realidad.
Los artículos 143, 143 bis y 156 ter castigan la inducción al suicidio o la autolesión, así como la difusión de contenidos que inciten a ello en menores o personas vulnerables. El consentimiento no borra la responsabilidad de quien alienta, explota o se beneficia del espectáculo del dolor ajeno. Y cuando una plataforma multiplica esa exposición, favoreciendo la viralidad, se convierte en cómplice indirecto de la degradación.
Aquí no estamos ante una simple cuestión penal, sino frente a una radiografía incómoda de nuestra cultura digital. Una cultura en la que los algoritmos premian con visibilidad el sufrimiento, donde miles de espectadores no solo miran, sino que interactúan, jalean o monetizan. En ese engranaje, la autodestrucción deja de ser un drama humano para transformarse en un producto de consumo masivo.
La pregunta es tan sencilla como inquietante: ¿qué nos dice de nosotros mismos que la muerte o la humillación en directo se conviertan en trending topic? ¿Cuándo dejamos de reaccionar con compasión para hacerlo con morbo?
Necesitamos un cambio urgente. El derecho ya ofrece instrumentos para sancionar la inducción y proteger a las víctimas, pero no basta. Urge reforzar los mecanismos de prevención, control y prohibición de este tipo de emisiones. Urge que las plataformas asuman la responsabilidad de frenar la difusión de contenidos que deshumanizan. Y urge, sobre todo, una reflexión colectiva sobre lo que significa vivir en una sociedad donde la desesperación de alguien se convierte en entretenimiento para todos.
Si Network era una advertencia, lo de hoy es una constatación: hemos cruzado el umbral. Y si no somos capaces de poner límites, lo que se degrada no es solo la víctima que se deja humillar o lesionar o que, como en este caso, muere en directo. Lo que se degrada, irremediablemente, es nuestra humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario