La guerra arancelaria promovida por la administración Trump es uno de los movimientos más controvertidos de su segundo mandato, caracterizado por un enfoque agresivo y proteccionista que afecta no solo a las economías más avanzadas, sino también a las más frágiles.
Europa y España están trabajando para defender a los sectores económicos más afectados por el incremento de los aranceles norteamericanos.
El Consejo de ministros del Gobierno de España aprobó el 8 de abril un Real Decreto-ley de medidas urgentes de respuesta a la amenaza arancelaria y de relanzamiento comercial que tiene como objetivo establecer una red de seguridad para las empresas y los trabajadores que resulten afectados por el incremento de aranceles que está imponiendo Estados Unidos. Este Plan, tal como declaró el presidente Pedro Sánchez, pretende movilizar 14.100 millones de euros para mejorar la capacidad productiva de las empresas, impulsar su presencia internacional y buscar nuevos mercados, mitigando así los impactos negativos de los aranceles sobre la economía española.
Pero las consecuencias de estas políticas arancelarias de la Administración Trump en los países más pobres del mundo son especialmente graves. Las economías de varios países del sudeste asiático, de África y de Centro y Sur de América, altamente dependientes del comercio con Estados Unidos, han sufrido un fuerte golpe económico debido a las nuevas tarifas anunciadas por Washington. Estos aranceles no solo representan una barrera comercial, sino una amenaza existencial para las economías que más dependen de sus exportaciones, muchas de ellas deslocalizadas por las multinacionales norteamericanas en busca de mano de obra barata.
El sudeste asiático ha sido un destino elegido por empresas estadounidenses para la deslocalización de la producción, especialmente para las industrias textiles, electrónicos y de consumo masivo. Las economías de países como Vietnam, Indonesia, Tailandia, Camboya y Malasia han sido grandes receptores de inversiones debido a la mano de obra barata y la proximidad a los mercados globales. Es muy significativa la presencia en esos países de las grandes corporaciones estadounidenses como Nike (Vietnam e Indonesia), Apple (China, Vietnam y Malasia), Gap Inc. (Vietnam, Tailandia y China), Dell y Hewlett-Packard (Vietnam e Indonesia).
Con la llegada de la guerra arancelaria, las consecuencias serán devastadoras. En países como Vietnam, donde los aranceles alcanzarán un 46%, y Camboya, con un 49%, los sectores exportadores se verán gravemente afectados. Estos aranceles reducirán la competitividad de las exportaciones de productos textiles y electrónicos, lo que conllevará una disminución directa de las exportaciones hacia Estados Unidos. Para los trabajadores de estos sectores, en su mayoría mujeres que dependen de las fábricas textiles, esta situación se traducirá en despidos masivos, reducción de jornadas laborales y una incertidumbre económica que podría afectar a millones de familias.
En África, la deslocalización de producción ha sido más limitada en comparación con Asia, pero ha crecido en sectores clave como la manufactura textil, la minería y la producción de bienes de consumo. Países como Etiopía, Kenia, Sudáfrica y Lesoto han atraído inversiones debido a incentivos fiscales y costos laborales bajos.
El impacto de los aranceles de Trump también afecta a varios de estos países africanos, cuyas economías están profundamente influenciadas por las relaciones comerciales con Estados Unidos. Un ejemplo claro es Lesoto, que ha sido insólitamente afectado por un arancel anunciado del 50%. Este pequeño país depende en gran medida de la exportación de productos textiles y diamantes a Estados Unidos. Las fábricas textiles, que emplean a unas 12.000 personas, han comenzado a reducir sus operaciones debido a la disminución de la demanda en el mercado estadounidense, lo que podría llevar al cierre de muchas de estas plantas y a un desempleo masivo.
Madagascar, por su parte, enfrenta una situación similar. Con un arancel del 47%, este país, conocido por ser uno de los mayores productores de vainilla del mundo, ha visto cómo los costos de sus productos se incrementan y su competitividad se reduce en el mercado estadounidense. La industria textil, clave para su economía, también experimentará una disminución significativa en las exportaciones, afectando a miles de trabajadores.
Las principales empresas norteamericanas con producción deslocalizada en África son Nike (Etiopía), Levi’s (Egipto y Sudáfrica), General Electric (Nigeria y Sudáfrica) y Procter & Gamble (Sudáfrica, Nigeria, Egipto, Kenia, Ghana, Costa de Marfil y Tanzania).
Para países como Lesoto y Madagascar, que dependen casi exclusivamente de las exportaciones hacia Estados Unidos, la imposición de aranceles es devastadora. Estos países no tienen la capacidad de contrarrestar la disminución de sus ingresos por exportaciones, ya que sus economías son demasiado pequeñas y su mercado interno no puede consumir productos estadounidenses en la misma medida que otros países desarrollados. Las relaciones comerciales con Estados Unidos son tan desproporcionadas que cualquier cambio en las políticas arancelarias afecta directamente la estabilidad de sus economías.
También hay países de Centroamérica muy afectados por estos aranceles debido a que son numerosas las empresas norteamericanas que han deslocalizado su producción allí, entre ellas Nike (Honduras y El Salvador), Intel (Costa Rica), Dell y Hewlett-Packard (Costa Rica y Guatemala), Caterpillar (Guatemala y Costa Rica), Unilever (Honduras y El Salvador) o Textron (México y Honduras).
Para los países centroamericanos, aunque forman parte del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (DR-CAFTA), la decisión del gobierno estadounidense de no eximirlos de los nuevos aranceles puede suponer un daño comercial bastante profundo porque, aunque se les aplique el 10%, que es el arancel más bajo aplicado por el gobierno estadounidense a nivel global, sus economías son muy dependientes del comercio con los Estados Unidos.
Además de la guerra arancelaria, otro aspecto de la política de Trump que ha tenido un impacto devastador en los países más pobres es su estrategia contra la cooperación internacional y la ayuda al desarrollo. Desde su llegada al poder en 2017, Trump adoptó una política de retirada de los compromisos internacionales de Estados Unidos en términos de ayuda al desarrollo, cooperación internacional y proyectos de asistencia humanitaria. Este cambio marcó un giro significativo respecto a las políticas previas, bajo las cuales Estados Unidos era uno de los mayores donantes de ayuda exterior en todo el mundo.
En su segundo mandato, Trump ha intensificado estos recortes en la ayuda. Durante sus primeros días en el cargo, el presidente decretó que Estados Unidos suspendería su cooperación al desarrollo durante 90 días, lo que afectó a miles de proyectos en todo el mundo, especialmente en África, Asia y Centroamérica. Esta suspensión no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de reducción del gasto en programas internacionales de ayuda y cooperación.
Una de las áreas más afectadas ha sido la asistencia sanitaria, especialmente en África, donde la lucha contra enfermedades como el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis depende en gran medida de los fondos de cooperación internacional. La administración Trump también ha reducido sustancialmente las contribuciones a organismos internacionales clave, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo que afecta a muchos países de bajos ingresos que dependen de estos fondos para mejorar sus infraestructuras sanitarias.
Los proyectos de educación, acceso a agua potable, nutrición y desarrollo agrícola también han sido recortados, afectando a comunidades enteras que dependen de estos programas para mejorar sus condiciones de vida. En muchas regiones de África, la cooperación internacional es fundamental para garantizar que los países puedan cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la ONU. Sin embargo, con el recorte de fondos y el abandono de estos proyectos por parte de Estados Unidos, los avances en áreas como la lucha contra el hambre, la pobreza y la desigualdad se verán gravemente obstaculizados.
Para varios países de Centroamérica, Estados Unidos había sido un socio importante en términos de cooperación al desarrollo y asistencia para la región, pero bajo Trump, estos compromisos han sido significativamente recortados. La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que durante años había sido un pilar de apoyo en programas de desarrollo, educación y salud en América Latina, ha experimentado recortes drásticos en su financiación. Estos recortes impactan sobre proyectos clave en países como Honduras, Guatemala y El Salvador, donde la cooperación internacional ha sido esencial para la lucha contra la pobreza, la violencia y la falta de acceso a servicios básicos.
La secretaria general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Rebeca Grynspan, ha alertado en varias ocasiones sobre la necesidad de que el comercio no se convierta en una fuente de inestabilidad económica, sino que debe estar al servicio del desarrollo global. La cooperación internacional debe ser vista como un instrumento de paz y prosperidad, y no como un campo de batalla para las políticas de poder de las grandes naciones.
En este contexto, la comunidad internacional debe redoblar sus esfuerzos para promover una economía global más inclusiva y justa, basada en el respeto mutuo, el comercio libre y la cooperación para el desarrollo. Solo a través de estas políticas globales podemos garantizar un futuro de prosperidad y estabilidad para todos.